Acto primero. Cómo organizar un congreso.
Viéndolo en perspectiva, solo puedo dar una respuesta: con suerte. Suerte de haber podido formar un grupo como Ardit, donde compartimos un proyecto que nos une por encima de todo aquello que podría separarnos, y donde pretendemos articular lo que normalmente aparece desunido. Suerte de que nuestros profesores ya tuvieran esta tendencia, pues supone un reflejo en el que podemos valorar, anticipar y, por lo tanto, decidir qué queremos conseguir y cómo queremos hacerlo. Por supuesto, suerte de que la dirección de un máster y tres instituciones de prestigio nos hayan apoyado desde un principio, y más suerte aún de que estas instituciones estén integradas por profesores que respeten nuestro trabajo y apuesten por nuestra aportación al conocimiento. Acabo por donde he empezado: suerte de tener unos compañeros que se han implicado incluso más de lo que podían, aunque estuvieran de estancia fuera del país o se encontraran en plena excavación, pese a tener que entregar artículos, traducciones, o cualquier otro de los muchos compromisos que reproducen más de lo que quisiéramos la palabra deadline en nuestras agendas.
Es cierto que a lo largo de estos meses varios sucesos han amenazado el buen funcionamiento del congreso o han hecho más complicada su organización, empezando por una huelga general en la propia jornada inaugural, de manera que nuestra sensibilidad apocalíptica se ha desarrollado hasta el punto de empezar a creer que los mayas habían errado sus predicciones por un mes. Si hemos podido organizar un congreso internacional pese a las dificultades que ello supone es gracias al trabajo y la ilusión de muchos miembros de Ardit, sin olvidar a todos los que nos han ayudado, que no son pocos.
Acto segundo. Sin que te deje tu pareja, tu jefe se moleste y la relación con tus compañeros se resienta
Ahora entiendo perfectamente que la coordinadora del último congreso al que fui fuera capaz de decir mis apellidos, el título de mi ponencia y el tema de mi tesis solo con darle mi nombre en la mesa de recepción. Ante la cara de sorpresa que debí poner, su respuesta fue una sonrisa (de medio agobio, por cierto) acompañada de una frase tipo “os he tenido tan presente estos meses en mi día a día que parece que os conozca de toda la vida”. Exagerado, ¿no? Eso pensé yo hasta que, hace cosa de un mes, esa frase me vino a la mente al verme borrando un correo en el que respondía una consulta de un ponente. Tuve que volver a la formalidad exigida y olvidar mi impulso inicial de escribirle, cual amigo de toda la vida: “¿qué, cómo va todo? ¿Ya has escrito tu ponencia o vas a seguir la tradición de acabarla en la habitación de tu hotel la noche anterior? Mira que eso tiene riesgos, ¡eh! Este junio estuve en un congreso en Madrid con una compañera de Ardit y a ella le desconcentró bastante lo que estaba pasando en la habitación de al lado…”.
Hay experiencias que cambian irremediablemente tu valoración de las cosas. Ahora que he andado un rato en esos zapatos, entiendo lo que llega a obsesionar y absorber la organización de una actividad en el que tantas personas han puesto muchísima ilusión y gran parte de su tiempo. El reto no era solo garantizar que el congreso saliera bien, entendiendo aquí por “salir bien” no cometer muchas pifias que lleven al descontento, entre otros, de nuestros “papis” académicos, que es, a fin de cuentas, por los que nos vamos a sentir juzgados. El verdadero reto era llegar a organizar una actividad provechosa para todos, donde se respetara realmente el trabajo de los participantes, sin por ello acabar haciendo un encuentro soporífero donde nos definieran el formalismo y la seriedad –que no son garantía de calidad, sino más que de aburrimiento. Conscientes de ello, hemos querido permitirnos (porque poderse, siempre se puede, solo hay que querer) organizar un acto con un ambiente relajado, en el que también tuvieran cabida actividades que nos hicieran partícipes de las distintas maneras de «sentir» (escuchar, saborear, ver…) la Edad Media que los participantes podían ofrecernos.
Sinceramente, no recuerdo muy bien cómo acabé coordinando este primer congreso que ha organizado Ardit, pero desde que se me encomendó la tarea supe que había muchas expectativas que cumplir, de las cuales señalo especialmente dos: las de los investigadores predoctorales que decidieran compartir su trabajo con nosotros, a los que les debemos unas jornadas que, sin duda, serán el inicio de futuros proyectos, y las de mis propios compañeros de Ardit, cuya satisfacción era una de las cosas que más me importaban (todo un desafío si tenemos en cuenta que se trata de un grupo exigente que, si se siente decepcionado, no tiene reparos en dar a conocer su valoración).
El trabajo de todos estos meses, como es lógico, ha dado lugar a encuentros y desencuentros, a momentos de apoyo y de cansancio, a más de una reprimenda de jefes y directores de tesis por el tiempo empleado no precisamente en el doctorado, a la frustración de nuestras parejas por su sensación de abandono y a la desesperación de nuestro círculo de amistades por nuestras conversaciones monotemáticas y la frenética e ininterrumpida actividad de nuestro correo electrónico. Pese a todo, y sintiendo las molestias causadas a amigos, parejas y directores de tesis, huelga decir que el tiempo y el esfuerzo han merecido la pena.
Noemí Barrera